sábado, 5 de abril de 2014

¿Marica?



“¿MARICA?”

-¡A la madre!, yo digo que mejor no entremos. La mera verdad eso de entrar al panteón a media noche, porque dizque ahí llega un nahual, me disgusta. La neta, pienso que los muertos están bien donde están y para qué molestarlos.
-Les dije que este se orina del susto no´más de pensar en fantasmas; eres un marica.
Israel siente que la cara se le pone roja, aprieta fuerte los puños y contesta a la provocación:
-No soy marica. Ustedes andan borrachos. Antes a estos lugares les llamaban camposanto; entrar briagos allí, no demuestra nada.
Juan, líder de aquel grupo y el más ebrio, vuelve a tomar la palabra:
-Újule, va a llorar la mariquita; tú eres el borracho y un puto, si hasta tienes la facha y el modo.
-Mira cabrón, no te meto un madrazo por pura lástima; andas tan tomado que con un empujón te tumbo.
-¡Marica, marica! –comienzan a corear los amigos, emulando a Juan quien comenzó el estribillo.
-Les digo, por última vez, que mejor no entremos; si de valor se trata mañana los reto a…
-Ma-ri-ca, ma-ri-ca… -vuelve a corear el grupo interrumpiendo a Israel, en tanto los primeros comienzan a escalar la verja del cementerio.
Israel agarra su medalla y piensa:
-Virgencita, que no me vaya a salir el chamuco. Espíritus, perdónenme, pero si no entro estos canijos me agarrarán en friega con lo de marica –se persigna y comienza a subir…
Narra Israel a su hijo: 
-Dieciocho años teníamos… A esa edad era difícil comprender que más hombre se necesita ser para actuar diferente a como un grupo quiere, así que yo también crucé la reja del cementerio.
-¡Miren, se animó el rajado! A saber si del susto lo tenemos que enterrar mañana; revísenle los pantalones, seguro que ya está orinado.
-Eso decía Juan, cuando puse el pie derecho dentro del panteón.
-Déjate de fregaderas -dije-, ya entramos, ahora di cuál era el afán.
-El afán sigue siendo, “señorita”, encontrar al nahual. Cuentan que viene como una lechuza y aquí se convierte en hombre. Lo vamos a esperar, pero antes aprovecho para descargar mi agüita.
-Al decir esto se puso a orinar sobre las sepulturas; el resto lo imitó, excepto yo que comencé a caminar por el pasillo central pensando: 
-La neta, qué pesados andan estos güeyes, yo lo que tengo es sueño y ellos traen onda para rato.
-Cuando volteé saltaban de una tumba a otra y luego se entretuvieron sacando flores de las sepulturas...
-Mariquita, ya tenemos flores suficientes para llevarles a nuestras novias, y a ti, ¿te gusta alguna del pueblo? Aquí hay varias que se pelaron jovencitas y a lo mejor se fueron con ganas; aunque chance y por las noches el nahual…
-No concluyó la frase que acompañó con una serie de movimientos pélvicos. Continué por aquel pasillo y seguí callado… A los tontos y necios se les debe hacer poco o ningún caso y aquellos estaban tan necios que carecía de sentido responderles. Después me detuve para volver a mirarlos; brincaban, otra vez, sobre los sepulcros, decían obscenidades y Juan aventó las flores; todos hacían a semejanza de Juan a quien más tarde oí:
-¡Nahual, no chingues!, déjate ver si es cierto que existes; a lo mejor eres del mismo equipo de Israel y de puro choto te escondes.
-Un ruido llamó mi atención… Lo único que distinguí, al final del pasillo, fue una silueta acompañada de una lucecita. La silueta pronto desapareció y sólo quedó aquella lucecita… Rápido me persigné, sentí una gran tranquilidad y atracción por ir hacia donde estaba la luz tenue… Fui y en la penumbra distinguí que estaba bajo techo… Al entrar miré que había un espacio plano, blancuzco y un bulto… El sueño me arreció y pensé acostarme allí en tanto mis amigos se decidían a que nos fuéramos… Me recosté y nada más alcancé a ver que aquella luz se apagaba; solo iluminaba, un poco, el brillo de la Luna que alcanzaba a filtrarse por donde entré… En la oscuridad, a mi derecha, en el suelo, vislumbré un par de ojos que cambiaban su tamaño y forma, de ave a humano; tenían un fulgor y magnetismo que me impedían apartar la vista, al mismo tiempo sentí un gran sopor… Hice un esfuerzo para refregarme los ojos, al abrirlos volví a encontrar aquella mirada. Escuché una voz que pronunció: 
-Duerme. Jamás experimentarás temor alguno. 
-Pese al impulso que hice, no pude levantarme, sentí una mano pasar sobre mi frente, ojos y corazón y un gran peso en los párpados… Imposible saber cuánto tiempo transcurrió… La sombra de un hombre arrojó algo sobre todo mi cuerpo, el lugar comenzó a impregnarse con aromas penetrantes y surgió una gran flama, en medio de la cual desapareció el varón… Después escuché aletear y un animal comenzó a volar lanzándoseme; sentí el cuerpo ligero, cogí lo primero que encontré y comencé a batallar con aquél ave… Afuera se escuchaban las voces de mis amigos que me llamaban y convocaban al nahual:
-¿Dónde estás Israel?
-¡Preséntate, si eres macho nahual!
-¡Responde marica!
-¡Aparécete nahual!
-Hijo, correteando al pajarraco salí y grité a todo pulmón:
-¡Aquí estoooy!
-Juan nada más exclamó: ¡Ayyyyy!, y azotó.
-¡No chinguen! –vociferó otro y, poniéndoseles los cabellos de punta, salieron corriendo.
-Me incliné para auxiliar a Juan, quien estaba desmayado; entonces el pajarraco de nuevo se me lanzó encima; rápido agarré aquello que primero había encontrado, que resultó ser un fémur, para corretear a la lechuza. Salí persiguiéndola, hasta pasar la reja del camposanto, allí salió volando hasta pararse en la rama de un árbol… Escuché el ruido del motor que mis amigos no podían arrancar; aún con el fémur en la mano, corrí a pedirles que regresaran a ayudar a Juan; jalé la manija que no abría por el seguro, al mismo tiempo que me sacudía con el fémur la lechuza que había regresado.
-¡Abran! – les grité, cuando el pajarraco salió volando. En el interior aquellos daban alaridos. Sin entender lo que pasaba, exclamé:
-¡¿Qué se traen cabrones?! -Como no reaccionaban, grité muy fuerte:
-¡Soy yo, el que andaban buscando! 
-Al decir esto me fui hacia el parabrisas, para ver si viéndome de frente reaccionaban. Los chillidos aumentaron y, sorprendido, pegué un brinco al verme reflejado en el vidrio… Al igual que los brazos y ropa, el cabello, cuello y mi cara estaban recubiertos de un polvo blanco y descubrí a la lechuza que había triplicado su tamaño, volando detrás de mí. Cuando giré para volver a corretearla fue a pararse al toldo del automóvil; me lancé con todas mis fuerzas, intentando agarrarla de una pata, pero emprendió el vuelo… Dentro del carro aquellos vociferaban enloquecidos; bajé y con la mano me limpié la cara para que pudieran reconocerme… La lechuza volvió a pasar volando; emitió unos sonidos que parecían risas… Entonces comprendí la intención del nahual, empecé a contagiarme de su ánimo y a reír al verlos bajar a todos, orinados.
Nunca supe cuánto ni cómo transcurrió el tiempo…



Martha Elsa Durazzo Magaña


DERECHOS PROTEGIDOS POR LA UNAM. ISBN978-970-32-4694-6

FOTOGRAFÍA: GRACIELA OLVERA.



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