lunes, 19 de mayo de 2014

El Baile



Corre cuento, para ti, El baile...

Aúllan los perros… Un sudor frío comienza a humedecer mi cuerpo; agarro fuerte la almohada. Los perros continúan aullando; siento que traspasarán las puertas y vidrios de las ventanas. Aprieto fuerte los ojos, vuelvo a abrirlos; oigo un golpeteo; es mi corazón desbocado; a lo lejos se escucha un galope y los aullidos, los aúllos están al pie de mi ventana; la sombra de un perro se refleja agigantada en la pared de mi habitación; abre su hocico, aprieto los dientes; temblorosas mis manos colocan la almohada sobre mi cabeza… Se aleja el cántico lúgubre de los perros y el galopar del caballo.
Retiro la almohada de la cabeza y enciendo una lámpara de buró. –Ya pasó; pasaron los perros y el caballo; se quedan los recuerdos…
–Maclovia, acuéstate, ya es noche –me ordena mi hermana Luz María.
–Ustedes dijeron que iría al baile si les conseguía el permiso; cumplí mi parte; cumplan la suya. 
–Nadie dijo que no irás; si te quedas dormida, te despertamos.
–Eso dijeron el domingo pasado.
–¡Acuéstate!
–No. 
–Eres terca; lo hicimos por tu bien; entiende que estás niña –dice Charo, mi hermana mayor.
–A otras, de mi edad, las llevan cada domingo; prometo que no las molestaré; me pondré a jugar con mis amigas. 
–Que sí vas, ya te dije. Acuéstate un rato, así allá no empezarás con que tienes sueño.
–Si me dejan nunca volveré a sacarles el permiso con mi papá.
– ¿Cómo le hacemos? –en voz baja se cuestionan mis hermanas. 
–Esta vez no se quiere dormir y ya enfada cargar con ella –comenta Luz María.
–Espérate tantito, le mejoraré esa historia con la cual logré que se acostara el domingo anterior –pronuncia Ofelia.
–Maclovia, ven a mis brazos a que te cuente un cuento. 
–¿Cuál?
–Ven y lo sabrás.
Fui a sus brazos y comenzó a narrar la misma leyenda del domingo anterior.
–De repente por la calle aparecieron muchos perros que gruñían mostrando sus filosos dientes…. 
–Ofelia, cuéntame otra leyenda, ésta me da miedo.
–Estás conmigo, no tienes por qué asustarte –hizo un silencio. Charo apagó la luz, luego ella y Luz María salieron de la habitación y Ofelia continuó.
–Maclo, ¿oyes a lo lejos los ladridos y el galopar de un caballo?
Apretándome contra sus brazos, asentí con la cabeza.
–Atrás de los perros cabalga un llanero, su ropa está cubierta por alacranes que brillan de extraña manera y saltan sobre todo aquel que está cerca; nadie sabe cómo esas alimañas brincan y otras vuelven a cubrir su ropa; cuentan que son los bichos nacidos de sus carnes putrefactas que nunca terminan de pudrirse y expelen un olor pestilente; él oculta su testa cadavérica bajo la sombra de un pañuelo que tiene dos agujeros; por las cuencas vacías de sus ojos salen dos llamas; quien las mira, cae chamuscado. Hoy anda suelto, por ello alcanzamos a escuchar el ladrido de los perros que vienen acercándose… ¡Acuéstate rápido y cúbrete con la sábana! ¡Quédate ahí! ¡No te bajes! Todas las alimañas comienzan a alborotarse y nunca se sabe a quién le pueden brincar.
Mis manos agarran la sábana, castañetean mis dientes… 
–¡No me dejes Ofelia! ¡No me dejes sola!– le ruego.
–Cállate para que no te oigan los perros y se detengan cuando pasen por la ventana. Aquí espérame… Ya no habrá baile porque la gente se encierra en sus casas cuando aúllan los perros como hoy lo hacen.
Un miedo inconmensurable agita mi alma de niña; tiemblo y me muerdo los labios para callar los gritos que nacen del temor que me invade; raudales de lágrimas incontenibles recorren mi cara; bajo las sábanas retuerzo las manos y espero a que alguna de mis hermanas regrese; el cansancio me agota y duermo.
–¡Jesús, María y José! –oigo la voz de mi mamá que entra y prende la luz– Maclo, levántate y acompáñame.
–Mamita, no puedo levantarme porque dijo Ofelia que las alimañas…
–¡Obedéceme!
Me enderezo, miro bien el piso para revisar que no haya ningún animal y saltando llego hasta donde está mi madre…
–Mamita, ¡qué bueno que viniste! Tenía mucho miedo. Ofelia dijo que un llanero suelta alimañas y de sus ojos…
–¡Apúrate! Vamos al parque ¡Rápido! ¡Algo le ocurrió a tu hermana! Quienes vinieron a dar aviso dijeron que Ofelia estaba bailando con un muchacho fuereño, muy alto, guapo y bien vestido…
Presurosas salimos, mi madre y yo, hacia el parque. Vuelvo a intentar contarle el motivo de mi miedo, sin éxito, porque me interrumpe. -camina muchacha- Después retoma la explicación. -Los vieron que se fueron a platicar a una banca bajo la sombra de un árbol; aseguran que de pronto un montón de perros aullando invadió el parque; al mismo tiempo alcanzaron a escuchar un fuerte grito de tu hermana; cuando se acercaron a verla estaba sola, acostada sobre la banca con unos alacranes sobre el vestido. Llamaron al médico y nos fueron a avisar. Dicen que al empezar a preguntar quién conocía aquel muchacho que bailó con tu hermana, nadie supo dar razón –¡Apúrale, ya mero llegamos!– Hago una manda al Santo Patrón si el médico la salva. 
Al llegar al parque vimos un gran círculo de personas. 
–¡Dejen pasar a Doña Josefina y Maclovia!
Mi hermana parecía muerta; un médico le atendía.
–Doña Josefina, llevémosla a la clínica; ya pedí una camilla; pienso que se salvará; no eran colorados los alacranes y parece que nada más uno alcanzó a picarla.
Ella demoró para recuperarse; más por el estado nervioso, que por el piquete del alacrán. Días después pudo contarnos…
–Platicaba contenta con aquel hombre guapo y simpático; de pronto aparecieron los perros; entonces miré cómo su bello y varonil rostro comenzó a transformarse en una calavera; los ojos se le hundieron en las cuencas; grité aterrorizada y cerré mis ojos; sentí que me saltaban unos animales al cuerpo y un piquete; entonces comenzó un dolor tremendo y perdí la conciencia...
Me le quedo viendo a Ofelia cuando se le comienzan a escurrir las lágrimas, muerde sus labios, retuerce las manos y esconde la cabeza bajo la almohada; Charo y Luz María corren, se arrinconan en el suelo de una esquina, tiemblan de miedo mientras con las manos tapan sus oídos para no escuchar los aullidos de la jauría que se acerca, se acerca...

Martha Elsa Durazzo Magaña

PROTEGIDOS LOS DERECHOS DE AUTOR POR EL IVEC/CONACULTA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario