viernes, 2 de mayo de 2014

Paricutín



Buenas tardes, con un “PARICUTÍN”

A mi madre: María Magaña de Durazzo. 

Martha Elsa Durazzo M.


Voy caminando por el Malecón en Veracruz, las formas y colorido de los caracoles exhibidos en una tienda de artesanías convocan mi vista… Me baña la claridad del Sol que comienza a declinar mientras pinta de rosas y dorados las nubes… Cálida temperatura… La brisa me acaricia el rostro, juega con mi cabello… Detengo mi andar ante el niño que curva su delgada y morena espalda, para zambullirse en el mar; emerge el pequeño, moneda en mano, sonrisa y triunfo en la mirada… Un globo escapa en busca del infinito; colores de nubes, cielo y globo se conjuntan… Suena la sirena del barco que se despide: otros mares, puertos, diferentes rostros de hombres y mujeres verán los marineros; una mujer seca sus lágrimas, hace casita con las manos, grita con la esperanza de ser escuchada, pero su voz se pierde en la distancia; desde el barco una mano se agita; intuyo promesas, palabras… Parece engrandecerse el remolcador, sin su ayuda no sale el gigantesco barco…Veracruz y tus numerosos bajos atrapa sueños, los detienes entre rocas y corales… Se escucha la voz ronca del remolcador en dialecto plagado de señales… Sale el barco; en el mar quedan estelas: bordados de espumas que se quiebran en caprichosos dibujos que aparecen y desaparecen… Bandadas de gaviotas trazan dibujos etéreos… Hoy es “Miércoles Jarocho”, oigo: “Ay arriba y arriba iré, yo no soy marinero, yo no soy marinero por ti seré, por ti seré”… taconeos, girar de diferentes olas en que se convierten los organdíes, alforzas, encajes de la falda de jarocha; donaire y gracia veracruzana; sigo escuchando voces, zapateados, arpa, guitarras, jaranas… “Una vez que te dije que eras bonita, se te puso la cara coloradita, ay arriba y arriba iré”, resuena el huapango… Continúo mi andar con el espíritu colmado de ese alegre cantar del alma veracruzana… Miro, una a una, las numerosas fotografías de Colbert expuestas, temporalmente, a lo largo del Malecón… Me detengo, veo la de un volcán; estoy frente al Paricutín… Giro mi cabeza de Oriente a Poniente y recorro muchos kilómetros… Hay un clima templado… Me siento, reflexiono y miro… Cuatro centurias contenidas en las altas y anchas paredes de adobe, aldabas para cerrar puertas y ventanas, columnas y losas de cantera, teja roja francesa, perfume de rosales, azáleas, plúmbagos y anturios se intercalan con las fragancias de los azahares de limones y naranjos que navegan desde la huerta… Alas vertiginosas del colibrí que, suspendido en el aire, liba néctares; en penumbra está, una variedad de violetas africanas… Un rayo solar irrumpe el chorro acuífero de la fuente… Suenan las pajas de una escoba al contacto con la cantera… Una bella mujer, que deja caer sobre su espalda las negras trenzas, sacude las grandes hojas del anturio que ha crecido alto, tanto que se recarga y adueña de una columna… Oigo la voz de mi mamá: “Su belleza inspira a elogiar la creación de Dios”… Mi vista recorre, lentamente, plantas, aves, fuente, macetas, canteras, los seres que habitan esta casa luminosa; del fondo surgen sonidos que resultan mágicos por la espiritualidad que dimanan; toda la casa es un cántico de alabanza… Llegan aromas salidos de los hornos de leña que alberga la cocina…-Mamá, ¿por qué dos hornos?, pregunté siendo niña… Ella me respondió: “El grande se usa cuando se hornea comida para muchas personas; el pequeño cuando comemos sólo la familia; los flanes, panes de pastel, polvorones y galletas se hornean, también, en el chico; el pan que se consume aquí, por generaciones se les ha comprado a los antecesores de Pancho, el panadero, con quien tú me has acompañado”… Hasta mí viene la sensación del exquisito sabor de un rico pan “francés”… Cantan tzentzontles, clarines y jilgueros mientras mi madre narra: “Yo era muy joven, fue en mil novecientos cuarenta y tres; pese a la distancia que estamos de San Juan Parangaricutirimícuaro, esta casa se cimbraba con los movimientos telúricos; chocaban las aldabas, cuadros, espejos y los cristales de las lámparas que se mecían, transmutados en péndulos de reloj, creando fantasmagóricos ruidos; este patio se cubría de una arenilla y ceniza volcánica; se esperaban temblores más intensos”… Mi madre hace una pausa, ríe y pronuncia: “Tu tía Amelia vivía en su casa del portal, ya estaba casada con Enrique; ella le dijo a tu abuela que nos fuéramos a dormir con ella al portal; ya sabes que Amelia, como tu Mamá Nenita, es miedosa”… Escucho la voz, armoniosa, de mi Mamá Nenita, que anda por allí cuidando plantas… “Yo no soy miedosa; era un acto de prudencia”, dice, mientras el Sol da brillo de trigo a sus cabellos y hace resplandecer el verde oliva de sus ojos… Sonríe, casi imperceptiblemente mi madre, coloca una sobre otra, las manos que parecen de pianista; un rayo solar roza su cabello castaño claro e ilumina sus grandes ojos… “Bueno, no son miedosas, sino prudentes; decían que en caso de un sismo fuerte, estaríamos más seguros; convencieron a tu abuela Elena que ordenó trasladaran las camas al portal; mucha gente dormimos, aquellos días, al exterior; también el señor cura Pimentel, que en Gloria de Dios esté, abrió el atrio de la iglesia para quien quisiera dormir allí. Tu abuelito y tíos dijeron: -Nosotros seguimos en nuestra casa, si hay algún temblor que amerite, nos vamos a la huerta… “Tu tío Enrique sí durmió en el portal; el suyo hija, fue también, un acto dictado por la prudencia. Tu abuelita conservó, día y noche, un cirio encendido bajo la pintura del Sagrado Corazón de Jesús, que a través de los siglos nos ha acompañado; durante los años de persecución religiosa, tras él se escondió la propaganda cristera; platicaba tu abuelita que a los militares alguien les dio aviso y por ello muchas veces entraron, buscaban por toda la casa y huerta, llegaron a perforar los muros, ella los dejaba hacer sin angustiarse, sentía que estaba bien cuidada; jamás encontraron la propaganda; esa imagen del Sagrado Corazón que estaba colgada en la sala principal, a la vista de todos y es la que hoy está en la recámara de tu padre y mía. En aquellos días del Paricutín, nosotras orando, convertidas en flamas de luz elevadas a la misericordia… Hija cuentan que iba un hombre arando su milpa cuando escuchó: Sh, sh, sh…-Imagino o la tierra me habla…Sorprendido el hombre se detiene… Shh, shh, shh, vuelve a oirse… El hombre suelta las riendas y se rasca el cuello al ver que la yunta continúa avanzando hasta detenerse en una roca… Una voz, tímida, interrumpe a mi madre… -Señora Mary -le dice una de las muchachas-, ¿podemos acercarnos a oír?... Antes de responder, mi mamá recoge la falda de su vestido e indica con la mano que pueden sentarse; sigo su ejemplo y me recorro a la orilla del mueble austriaco… Mamá Nenita por allá continúa regando plantas; parece no participar, pero está pendiente de todo… -Mamá Nenita, ¿no vas a venir?, pregunto…-Sí, nada más voy a la cocina a pedirle a Esperanza que les traiga unos polvorones, fresas cristalizadas y unas tazas con café… -No señora Elenita, dice Cata, que ya ha dejado la escoba, venga a sentarse y yo voy… María de Jesús se levanta, también, comedida… Mamá Nenita entrega la regadera y se integra al grupo… Guardamos silencio hasta que regresan María de Jesús y Cata con las bandejas en las manos, acompañadas de Esperanza… Yo, también señora Elenita y señora Mary, quiero oír lo del Paricutín, dice… Mi mamá vuelve a iniciar la historia… “Iba el hombre arando su milpa, cuando escuchó Shhh, Shhh, mezclado con rumores de aves que emprenden el vuelo, el ladrido de los perros y el mugir de las vacas… Shhhh, oye otra vez… Su vista busca en la tierra… Shhh, shhh… -No me equivoco, madre tierra, nuevamente, me habla. Madre tierra, ¿dónde me llamas?... Shhh, shhhh… Despacio sigue la ruta que el sonido le marca… Shhh, shhh, shhh… Se quita el sombrero y los huaraches… -¿Qué tienes Madre tierra, estás alegre o enojada?... Shhh… -Estás triste, Madrecita tierra. ¿Quieres decirme esa razón de tu tristeza?... Shhhh… En el aire exhalado por la madre tierra se dibujan imágenes aterrantes, sobresalen manos ensangrentadas que aprietan monedas, armas, gargantas; dragones metálicos lanzan por sus hocicos llamas, olor a carne humana calcinada; millones de seres caen bajo proyectiles; otros son asfixiados en gigantescos hornos; huesos y pieles humanas convertidos en botones, lámparas; movimientos teutónicos; bailan su oscura, destructora danza los demonios… Shhhh, shhhh, shhhh… Nuevas imágenes de pruebas atómicas que abaten su entraña… Shhhh, shhhh, shhhh… -Madrecita, es tan horrible, no entiendo…Shhhhh, shhhhh, shhhhh, silbidos convertidos en clamores de duelo, gritos, llantos, alaridos que se confunden en pavorosa sinfonía… Shhhhhh, shhhhhh, shhhhhh… El hombre toca sus erizados cabellos, después da vuelta al sombrero entre sus encallecidas manos… Recobra su voz los cantarinos sonidos… -Madrecita, ¿por qué dejarás fluir aquí tus penas?, ¿por qué en este lugar que canta? Si quieres canto aquellas canciones que te gustan y después me dices si puedo hacer algo más, para alegrarte el alma?...Shh, shh… -Madrecita bonita, cantar de mi voz, fuente inagotable de frutos, vestido de millones de colores y aromas, ¿está decidido que sea aquí?... Fluyen de sus ojos gotas de agua cristalina… -Mira Madrecita las milpas, los jacales, la serranía, mariposas y aves y a lo mejor, te contentas… Tenue escucha: -Amado hijito, es aquí… Shhhh… Entonces ve el hombre dibujarse un volcán: grandes piedras son arrojadas, inmensas llamas tiñen de rojo, color de vida y muerte, la sombría noche que oculta las estrellas tras nubes de humo y ceniza; corre candente lava, ruidos atronadores surgen de la tierra que crepita… -Anda hijo, ve a dar aviso, es tiempo… -Ya voy Madrecita, y si… -No te retarde ningún pensamiento, sólo levanta esa roca donde los ángeles colocaron tu arado… Shhhhhhh… El hombre no puede con el peso de la roca, anima a la yunta, los animales jalan, jalan, pero no logran moverla… Aparecen unos ángeles, con formas humanas y le ayudan a levantar la roca; queda descubierto un boquete que permite la exhalación de los gases… -Corre hijito, avisa.
“Mi alma alaba al Creador y mi espíritu se llena de gozo en Dios mi Salvador…”. “Jesús mil veces”… Oraciones que brotan desde miles de gargantas; repique estruendoso de campanas; los pobladores se niegan a dejar el crucifijo que tantos devotos tiene; el cura recoge las sagradas formas; deja encendido el cirio pascual al pie del altar… La población empieza a emigrar… Entre estridencias, piedras vomitadas, cenizas, fulgurantes coloridos de luces y llamas, batallan ángeles y demonios, unos defienden la vida, otros la muerte… Los eviternos ángeles frenan con las celestiales espadas a los satanes que soplan furiosos vendavales sobre las rocas, municiones de catapulta, dirigidas a un joven; otros arrojan pestilentes eructos a los ríos de lava para dirigirlos al camposanto donde Pedro, el joven huérfano, frente a la tumba de sus padres entona arrullos convertidos en ecos de su alma purépecha… Una sombra dantesca lo cubre y le impide oír las voces internas que le incitan a salvarse… Se va acercando la lava… Un arcángel, vestido de guerrero, desciende; mueve hacia los cuatro puntos cardinales su espada flamígera… Empieza a surgir una luz dorada de amanecer, que termina la oscuridad; vibran suaves y firmes las palabras del Arcángel: -Pedro deja a los muertos con los muertos… Al joven se le dilatan las pupilas; nostálgico mira las tumbas… -Dios, permite -pronuncia el Arcángel… -Alza tu mirada, ordena con voz estentórea… Elevando la vista Pedro ve, rodeados por miríadas de estrellas, los rostros de sus padres… -Ven muchacho, ya viste que ellos no necesitan guardianes… Pedro percibe unas esencias florales junto a él; cuando vuelve la vista va caminando al final de la fila de los emigrantes… A una señal del Arcángel, los ángeles dejan fluir su aliento… La incandescente lava regresa a la boca del volcán…
“Mira hija, escuchen muchachas, gracias al aviso que dio aquel hombre, no pasaron desgracias; se dijo que la erupción fue menos violenta pues al retirar la roca, tuvieron pronta salida los gases. Una nube se extendía a través de los cerros; si aquí llegaba la arenilla y ceniza volcánica, en Uruapan, que está más cerca del Paricutín, caían piedrecillas del tamaño de un granizo. Ninguna casa fue destruida en San Juan Parangaricutirimícuaro; la Iglesia está sepultada bajo las piedras que arrojó el volcán, pero el altar quedó perfectamente librado, como si allí se hubiera detenido todo; igualmente sobresalen las dos torres o campanarios… Jamás resentimos un temblor considerable; tu abuela ordenó trajeran de regreso las camas; parecía una prudencia innecesaria seguir durmiendo en el portal, no podíamos conciliar bien el sueño porque era mortificante dormir a la vista pública; fue grato volver a dormir en casa… -Mamá, si el pueblo quedó en perfectas condiciones, ¿por qué no regresaron?... -Hija, siempre dirán que por precaución, la posibilidad de nuevas erupciones porque durante varios años estuvo activo el Paricutín; para 1945 se erguía a más de cuatrocientos metros. Los pobladores de San Juan Parangaricutirimícuaro eran muy religiosos e íntimos; los únicos visitantes que les gustaba recibir era a los devotos de su crucifijo –la fiesta grande era el trece de septiembre-, les disgustó que llegó mucho extranjero, demasiados turistas; les entristeció que su Iglesia no estaba en condiciones de tener culto; cuando salieron del lugar, llevaron en procesión, entre velas, cantos e incienso, su amado crucifijo; fundaron San Juan Nuevo donde construyeron una réplica de su Iglesia y allí lo veneran. En un lugar de tantos cerros, en donde parecía no caber ni uno más, nació el Paricutín. No se perdió ni un alma”… Se interrumpe la voz de mi madre; oigo el sonido acerado de aldabas; elevo la mirada al intenso azul del cielo… Suspiro… Giro mi cabeza de Oriente a Poniente… Estoy en el Malecón de Veracruz.


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