lunes, 31 de marzo de 2014

Louvre


LOUVRE


Elegante, bello, armonioso, erótico París...
Elena se extasía con el mayestático Louvre... Su imaginación viaja a ritmo de jet y ve imágenes del tiempo en que fue habitado por reyes: velas, pelucas, brocados, intrigas, cardenales y nobles en busca del favor real... Sobre las fachadas de los hoy llamados Pabellones se dibujan signos y palabras: Liberté, fraternité, egalité = a: guillotina...Caen pelucas, cabezas cercenadas... Escucha la voz de José Luis: –Camina güerita, hay mucho que ver... Él la abraza e ingresan... Tres cosas le fascinan a Elena: la mano de José Luis en su hombro, volver a su lado en mutua complicidad y esa similar pasión por la vida y el arte... La Victoria de Samotracia, la Venus de Milo, las espléndidas colecciones griegas y egipcias, –¡Vaya saqueo! Un poco más y pareciera el Museo de Cairo– van admirando... Se cansa... José Luis, “el infatigable”, espera a que descanse... _¿Por qué no habré traído el Frescapié?... Elena emplea el frescapié mental de la emoción: Rubens, Murillo, Rafael, Tiziano, Miguel Ángel, Leonardo...Recibe una descarga de energía y un júbilo como arco iris la invade... Disimula... _José Luis si me das un beso, continúo... Él responde con voz solemne: –Imposible aquí. ¿Cómo crees? Todos ven... _Si no hay besos, no camino... –¡Qué cosas dices, qué cosas piensas! Este ni es el lugar, tenemos tiempo... _París siempre es el lugar... –Bueno, sí, pero jamás el Louvre... _No exageres, si no te pido escenas del Último Tango en París; unos besitos y ya, o te hago el primer tango en París... José Luis se resigna... –¡Qué mujer!... Elena frente a la Gioconda toca su corazón... Voltea, teme escuchen los latidos; se le figura que se oyen como metrallas y: corredero de gente, estampida humana; el sombrerillo del individuo de atrás sale volando; gringos con shorts exclaman: ¡Oh, my God! Mientras sus Nike parecen alados; a la holandesa, girasol van goghniano, le cambia de rojo el cabello a verde Baudelaire; un mexicano grita: ¡Patitas pa´ cuándo quiero!... Voltea y ve a José Luis: tranquilo; Elena recupera la calma... Mira a la Mona Lisa: impasible... Ha de estar agotada de semi sonreír, de mirar a la distancia, de que tantos la miren con cara de... queriendo conocer su misterio. A veces ha de querer abrir los labios y pronunciar: “Por favor señores, es hora de dormir; suficiente por hoy” y cerrar los ojos... Por cierto, qué tipo el del sombrerillo: alto, flaco, pálido, narizón, manos inquietas que lleva a la nariz, los bolsillos, parpadea continuamente, sube y baja la manzana de Adán... De pronto ve que él saca una micro cámara (made in Japan, por supuesto)... Empieza a decir: _Señor están prohibid... La empuja violentamente y saca una: ¡Navaja!... Un, dos, tres navajazos... Algo ardiente corre por su cara... Lágrimas... La Gioconda está herida, mortalmente apuñaleada... Gritos gemidos lamentos llantos estupor sorpresa silbatos alarmas descontrol... Corre, corre detrás del canalla, corre, igual que los gendarmes... El hombre se mete por un pasillo... Alcanza a verlo colocándose una peluca de trencitas... A contraluz se ve difuminada una silueta... Elena corre; corre el flaco apuñalador... La silueta de golpe se determina: María Antonieta... Extiende su nívea, real mano: ¡Basta de navajas! ¡Quítese de inmediato la espantosa peluca! Por menos me volaron la cabeza.


Martha Elsa Durazzo Magaña

DERECHOS PROTEGIDOS POR LA UNAM. 

Imagen GIOCONDA DE LEONARDO, MUSEO DEL LOUVRE.

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